Era inteligente, lo justo para deslizarme lentamente por sus facultades matemáticas, como las serpientes cuando observan a su presa entre sabanas de seda, frente a un mar tormentoso.
Sus cartas de amor hacia mi, me hacían ser la más hermosa mujer, vestida de olor de seducción. Su mirada lenta, progresiva, y enlazadora, me debilitaba para ser su presa fría y calculadora.
Ese día el aire susurraba por la ventana cerrada, pero su abertura frente a un campo lleno de hojas muertas, coloreaban mi mejillas, iluminando mis ojos.
Me retiro de la ventana, y eran ya las ocho de la mañana, hacia frío, y mi piel de gallina hizo que me acercara a la chimenea de leña. El crujido de la leña, era fogosa, estremecedora porque el ya no estaba ahí.